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Residencia sobre investigación curatorial

En su autobiografía,’’Living my life’’ la activista y escritora libertaria Emma Goldman, explica como una vez, en una fiesta en Nueva York, fue amonestada por parte de otros militantes por estar bailando y riendo.

Según escribe la misma Goldman, ella respondió: »No creo que una causa que lucha por un ideal bonito, por el anarquismo, por la liberación y libertad de las convenciones y prejuicios, exija la negación de la vida y la alegría. Insisto que nuestra causa, no puede esperar que me convierta en una monja, igual que el movimiento libertario, no se tendría que convertir en un convento. Si quiere decir esto, no lo quiero.»

Este comentario, derivó con el tiempo en la  conocida cita apócrifa «si no puedo bailar, no es mi revolución’’. Décadas más tarde Giles Deleuze proponía algo similar cuando decía: »No hay que estar triste para ser militante, aunque aquello contra el que luches sea abominable».

Más recientemente, podía resonar esta idea de Goldman cuando Pussy Riot, vestidas con pasamontañas de colores, se ponían a bailar y cantar dentro de una iglesia ortodoxa de Moscú para pedir a la virgen María, con una oración punk, que acabara el régimen político de Putin.

Invocar a Emma Goldman, tiene que ver con la potencia y el agenciamiento, pero también con la vida cotidiana, el placer y los afectos.

Irina Mutt

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