Peonzas, tabas y porcelanas. La obra “Terreno de juego” aborda la experiencia del juego como una expresión, una herramienta de conocimiento, un camino, a través del cual nos comunicamos y que nos permite alcanzar progresivos estadios de comprensión del mundo, una toma de conciencia de la realidad, siempre desde una actitud abierta, libre y positiva.
Se busca conectar con aquellos rastros de la infancia que fueron germen de lo que luego, con el paso del tiempo, llega a conformar nuestra manera de interpretar y afrontar el mundo que nos rodea. Volver a pasear por los juegos de infancia para reconocernos en lo que ya éramos y, quizás, seguimos siendo. O aceptar lo que hemos ido perdiendo al negarnos a vivir como niños jugando y que, en ocasiones, el arte nos puede reactivar para recuperar y enriquecer.
Así, la experiencia artística y la experiencia lúdica se plantean como paralelas; operan en un mundo propio, aparentemente lejos de la realidad, construye un escenario de ficción que nace de la misma realidad. A través de unas reglas a seguir autoimpuestas por el artista y aceptadas por el espectador como claves para entrar en su “terreno de juego”, se abre un escenario de contradicciones entre las precisas limitaciones y su esencial carácter abierto. Un juego o una expresión artística de futuro incierto y de solución inesperada con un final impredecible, donde en ocasiones se gana y otras se pierde. Siempre, en constante fluctuación.
(Resumen basado en el texto curatorial de Terreno de Juego escrito por Jesus Mari Lazkano)
Bocas cerradas. La obra Bocas tiene que ver con cuestiones relacionadas a la propia construcción personal, la identidad como mujer en un contexto específico y, con ello, una serie de conflictos en los que intervienen el deseo y la negación.
La fragmentación, rasgo clave de estas piezas, es a su vez, la consecuencia de un modo de aproximación y comprensión al trabajo artístico y el propio proceso: proceder en base al detalle y de una forma alineal, sin una imagen previa del conjunto, que va desvelándose en el hacer.
La boca, asociada a la capacidad de comunicarse, funciona como dispositivo simbólico a través del cual explorar la posición femenina en constante tensión: entre lo que se expresa y lo que no, la frontera interior y exterior del cuerpo. La instalacción del conjunto de obras nos remite al mismo tiempo a una conexión colectiva entre mujeres vinculadas por distintos tipos de lazos, aludiendo a patrones y comportamientos, que, si bien se viven individualmente, son compartidos transgeneracionalmente.
BIOGRAFÍA
Celia Eslava (Pamplona, 1955) estudió Geografía e Historia en la UNED y Bellas Artes en la Universidad del País Vasco, donde se especializó en el ámbito de la cerámica y cursó el máster universitario Cerámica: Arte y Función. En la actualidad, vive y trabaja entre Pamplona y Bilbao, donde ha expuesto con asiduidad, individual y colectivamente en los últimos años.
Su trabajo ha sido seleccionado y expuesto en el marco del proyecto Museo Desplegable en el Museo Guggenheim Bilbao, en el Museo de Navarra, la Academia de Bellas Artes de Palermo, el Polvorín de la Ciudadela de Pamplona, la Galérie Mayorga (Suhescun), la Galérie Éphemere (Saint Jean de Luz), la Prison des Evèques (Saint Jean de Pied de Port) o el Centro Cultural Montehermoso (Vitoria-Gasteiz), entre otros.
Su obra se encuentra en colecciones privadas y públicas entre las que destacan las de la Universidad del País Vasco y el Museo de Navarra.
A lo largo de su trayectoria ha explorado cuestiones relativas a la corporalidad y la naturaleza, desde una perspectiva autobiográfica. La condición de lo femenino, la construcción de la propia imagen y su experiencia como mujer son temas recurrentes que aborda a través de técnicas artesanales como el tejido, la cerámica y los ritmos y materiales que le son propios.