Presentación de la Exposición “Esta cxsa no se habita…»

Esta mañana se ha presentado en la casa de cultura de Aoiz, la tercera edición de Uholdeak, un programa expositivo itinerante con producciones realizadas por artistas vinculadas a Navarra, que viaja a diferentes espacios culturales de la Comunidad Foral organizado por el Centro de Arte Contemporáneo de Huarte con la colaboración de la Innova Cultural, Fundación Caja Navarra, Fundación “la Caixa” y diversos espacios culturales de localidades navarras.

El proyecto “Uholdeak, Esta cxsa no se habita…/ X hau ez da okupatzen”, está comisariado por Jone Rubio Mazkiaran y en la exposición participan las artistas plásticas Ione Atenea, Aizpea de Atxa, Celia Eslava, Andrea Ganuza y Mireya Martin Larumbe además se realizarán diferentes acciones con los grupos de escénicas Ibil bedi, Sutan dantza taldea, Artafarandula y diferentes sesiones de versolarismo y poesía.

El proyecto gira en torno a una investigación curatorial que se erige sobre tres marcos teóricos: imaginarios feministas, espacio y corporeidad. Estos servirán como aglutinantes de los trabajos realizados por las participantes. Si bien las producciones artísticas presentes en la muestra se erigen sobre bases teóricas similares, difieren en lo que se refiere a características disciplinares: escultura, instalación, dibujo, danza, cine, versolarismo, literatura, música…

Del 17 de febrero al 19 de marzo de 2022 en la Casa de Cultura.

Horario: de martes a sábado de 18:00 a 20:00h

Tudela

Serie de imágenes: Kanpoko bulegoa

El 3 de junio Claustrofilia llegó a Tudela, la última de las sedes de esta edición del programa Uholdeak.

Ese mismo día mantuvimos una conversación con 6 artistas locales. A través de sus reflexiones pudimos acercarnos a la realidad que viven quienes desarrollan sus prácticas artísticas en un contexto social y territorial tan concreto como el de la capital ribera.

Un rato de charla íntima y tranquila que se desarrolló en un rincón tan escondido como acogedor: el patio del Palacio del Almirante. Un espacio con claras resonancias “claustrofílicas” que tuvo que ser acondicionado mediante una pequeña intervención de jardinería interior…

Foto: Mannaïg Norel

Inés Aubert – Tafalla

Los días 12 y 13 de marzo Inés Aubert realizó dos acciones de mediación en Tafalla.

Vídeo: Mannaig Norel

Viernes 12 de marzo

¿Y qué será lo siguiente, las nubes vagando por el cielo?

Encerrados en cada universo y en nuestros márgenes de seguridad; abrazados a nuestras certezas, ajenos/as a nuestra vulnerabilidad. La vida me inunda, pero todo sigue igual. La corriente me devuelve a mis quehaceres. 

¿Es posible inundarse de algo y seguir como si eso no hubiera pasado?

El 12 de marzo me encierro en un balcón y experimento nuestras contradicciones. 

Sábado 13 de marzo

Esos polvos…

Todavía sale un polvo marrón, dicen que estará años

 Isabel trabajadora de la tienda Aldo Deportes.

Cuando miro al cielo y viene tormenta, me entra el miedo.

En mi casa aún queda de ese polvo marrón.” 

Javier.

El polvo marrón lo trajo la riada del 2019 y todavía hoy permanece en las calles y casas de Tafalla. Agradeciendo sus enseñanzas, recojo esos polvos y los entrego al río. 

Inés Aubert

Cines de pueblo: de la edad dorada al olvido

Cuando pensamos en la cultura rural, lo primero que nos viene a la cabeza son algunas expresiones heredadas del mundo campesino tradicional: las figuras misteriosas del carnaval, las danzas y canciones populares, las hogueras de San Juan…

Hundiendo sus raíces en un sustrato pagano inmemorial, tras ser filtradas por siglos de cristianismo, todas estas prácticas perdieron su utilidad más aplicada (prevenir plagas en los cultivos, conjurar la fertilidad, invocar el poder del sol, etc.), pero mantuvieron intacta la capacidad de reforzar el tejido comunitario y el sentimiento de pertenencia. Con la desintegración del mundo campesino y la progresiva inserción del medio rural en la sociedad industrial contemporánea, buena parte de esta cultura popular de origen campesino fue adquiriendo el carácter de un espectáculo concebido para deleitar a un público que ya no participa activamente, sino que se limita a consumir una experiencia pintoresca. Un público que, en algunas zonas, está compuesto mayoritariamente por turistas y visitantes esporádicos que llegan atraídos por el encanto de estas expresiones vernáculas y su áurea de autenticidad.

Probablemente, nadie pensaría en el cine como un elemento propio de la cultura rural y, de hecho, salvo en contadas ocasiones es cierto que “el mundo del cine” siempre se ha situado en un contexto urbano. Sin embargo, en aquel medio rural que asistía al derrumbe del mundo campesino tradicional, las salas de cine adquirieron una relevancia que, actualmente, tiende a pasar desapercibida.

Quién sabe si los cines de pueblo contribuyeron a acelerar el éxodo migratorio que vació nuestras comarcas durante la segunda mitad del s.XX. A fin de cuentas, aquellas películas raramente hablaban de lo que ocurría en el campo y, si lo hacían, en demasiadas ocasiones era para denostarlo o ridiculizarlo. Puede que los estereotipos reproducidos y amplificados en la gran pantalla alimentaran el complejo de inferioridad que erosionó la autoestima rural en aquellos tiempos de desarrollismo y nuevos ricos.

De lo que no cabe ninguna duda es que las salas de cine abrieron una ventana por la que se colaban mundos insospechados que, necesariamente, transformarían la mirada sobre lo propio y lo ajeno. Pero, incluso, más allá (o más acá) de la pantalla, los cines de pueblo constituyeron en sí mismos una novedad que contribuyó, tanto o más que las propias películas, a transformar los procesos de socialización en la ruralidad. No tanto por el hecho de reunir a cientos de vecinos y vecinas en una misma sala ante un espectáculo audiovisual (cosa que el teatro llevaba siglos haciendo), sino por la asiduidad que el cine permitía. Con una programación regular, el cinematógrafo dejó de ser una curiosidad que podía verse en las ferias para convertirse en uno de los principales puntos de encuentro de aquella nueva ciudadanía rural que emergía sobre las ruinas de la antigua comunidad aldeana.

Los cines de pueblo jugaron también un papel muy destacado en la articulación del tejido asociativo que hoy en día sostiene la vida cultural en tantos territorios rurales. Amparados por la oscuridad del patio de butacas y el volumen ensordecedor de la banda sonora, las filas traseras y el gallinero ofrecían las condiciones idóneas para eludir el férreo control moral y político del franquismo tardío y de la Transición. En los cines rurales, aparte de romances, también se fraguaron otro tipo de relaciones que escapaban a la censura de la época…

Una cola frente al Maitena…

Elizondo es, probablemente, uno de los pueblos con más tradición cinéfila de Navarra. Muchos recuerdan todavía el cine de El Pilar, especialmente aquella programación navideña que organizaba Baztandarren biltzarra cuando las monjas cedieron el espacio. También los curas tuvieron su cine parroquial junto a la iglesia de Elizondo y en Lekaroz… pero, sin duda, el gran cine del Baztan fue el Maitena.

Situado en la Plaza de los Fueros, se inauguró en 1933 y mantuvo su actividad hasta 1971. Con una programación de 3 ó 4 películas por semana y con un aforo de 526 localidades, el Maitena adquirió una importancia social y cultural de primer orden. Hoy en día cuesta creer que en el Baztan de la Segunda República o de la posguerra hubiera un equipamiento de esas características.

Acostumbrados a ver cine en el salón de casa, en el medio rural hemos olvidado la potencia de un acto tan sencillo como ver determinadas películas de forma colectiva. Durante los últimos años han proliferado innumerables festivales de cine en el medio rural que apuntan en esta dirección, pero, por más interesantes que sean sus propuestas, su efecto en las dinámicas sociales y culturales nunca podrá compararse al de una sala permanente con una programación continua. Se trata de un hecho constatable en las casas de cultura de poblaciones más grandes que cuentan con los medios suficientes para ofrecer este servicio, pero, desafortunadamente, en localidades más pequeñas el cine forma parte de una historia tan reciente como olvidada.

Por esta razón, el pasado 13 de febrero invitamos a un grupo de personas a formar una cola frente al lugar donde, en su día, se encontraba la puerta del cine Maitena. Un pequeño ejercicio de memoria histórica cultural y un gesto que pretendía devolver a la gente del Baztan la posibilidad de recuperar, de forma momentánea y ficticia, la condición de espectador-observador. Una condición que van perdiendo a medida que la turistificación del valle les convierte en “extras” involuntarios de la escena campestre que entretiene al visitante en este plató al aire libre que conocemos con el nombre de medio rural.

El Baztán que no se ve

El valle del Baztan constituye un ejemplo paradigmático de postalización de un territorio. Es decir, de ese proceso, mediante el cual, la imagen de un paisaje pintoresco y evocador sepulta la realidad social, cultural y económica de dicho territorio.

El fenómeno no es, precisamente, nuevo. Podríamos considerar que se remonta más de cien años atrás con la presencia de los primeros veraneantes en Elizondo o con la impronta que dejaron los pintores de la Escuela del Bidasoa. Sin embargo, durante las últimas décadas, el mito arcádico baztanés se ha visto reforzado con el auge del turismo rural, el turismo “de naturaleza” y, recientemente, con un “turismo literario y cinematográfico” espoleado por el éxito de cierta trilogía…

Esta representación ficticia y estereotipada del Baztan no solo oculta lo que realmente sucede en el valle, sino que incide directamente en la cotidianidad invisibilizada de sus habitantes. En efecto, la turistificación masiva acelera el declive de las actividades agrarias, expulsa la población local de aquellos lugares en los que proliferan los alojamientos turísticos y contribuye a la homogeneización cultural en un entorno rural que va adquiriendo los rasgos de un nuevo espacio vacacional.

Un momento de la performance de Elizondo. Foto: Mannaïg Norel

Para reflexionar sobre todo ello, se propuso un pequeño ejercicio a ocho personas del valle: les pedimos que pensaran en una imagen concreta. Una imagen en la que algo está ocurriendo en algún punto del Baztan. Una imagen presente o pasada, cotidiana o extraordinaria, pero en cualquier caso, una imagen que un turista o un visitante difícilmente podría ver jamás. Una imagen de ese Baztan que permanece oculto tras la postal.

El ejercicio, simplemente, consistía en describir la escena elegida.

Una vez recogida y archivada esta serie de “imágenes narradas”, Inés Aubert recorrió la calle Jaime Urrutia y la Plaza de los Fueros de Elizondo (dos de los puntos más turísticos), mientras reproducía las grabaciones que acabábamos de recopilar.

Un intento (abocado al fracaso) de acercar a los turistas que paseaban por el centro de Elizondo aquel sábado de carnaval una imagen inédita del valle. Un gesto que pretendía suspender por un instante la opacidad del espejismo turístico con el relato de aquel pequeño coro de voces disonantes.

Un momento de la performance de Elizondo. Foto: Mannaïg Norel

 

Audio Elizondo 1 

Audio Elizondo 2

Audio Elizondo 3

 

A propósito de las intervenciones artísticas en el espacio público

– Nadie siente la calle como suya, nos hemos metido tanto en nuestras pantallas, en nuestro mundo interno, que la calle ha dejado de ser nuestra y en verdad la calle nadie la siente suya… Tampoco nos piden la participación en el espacio público, no es que no sea nuestra, sino que yo no tengo nada que decir porque no me dejan…

– Es como si de repente, plun!, te plantan una escultura y dices oye,… yo sí que pediría que hubiese un diálogo,… hablad con los vecinos!, vamos a hablar entre todos ¿cuál es el proyecto?, ¿qué es lo que?… si queremos o no queremos… tiene que haber aquí.. un diálogo, un debate, una reflexión…

– Cuando tú te sientes partícipe de algo, lo cuidas y esa energía… que es como de amor, al entorno, a tu espacio, hace que se genere otra relación con esa obra artística o no artística…

– A mí me parece que es una mezcla, pues eso, de muchas cosas: de no vinculación, de no conexión entre la gente, de estar aquí pero no sentirse un pueblo, de todo eso y entonces me parece que tú haces algo, lo dejas ahí y la gente interviene, pues con lo que tiene, con sus… igual respetándola, si tuviese esa historia, de apreciarlo… o no respetándola porque no siente que haya nada que respetar y ya está…

(extracto de la conversación realizada el 16 de enero con nueve artistas de Altsasu en el Centro Cultural Iortia)