El valle del Baztan constituye un ejemplo paradigmático de postalización de un territorio. Es decir, de ese proceso, mediante el cual, la imagen de un paisaje pintoresco y evocador sepulta la realidad social, cultural y económica de dicho territorio.
El fenómeno no es, precisamente, nuevo. Podríamos considerar que se remonta más de cien años atrás con la presencia de los primeros veraneantes en Elizondo o con la impronta que dejaron los pintores de la Escuela del Bidasoa. Sin embargo, durante las últimas décadas, el mito arcádico baztanés se ha visto reforzado con el auge del turismo rural, el turismo “de naturaleza” y, recientemente, con un “turismo literario y cinematográfico” espoleado por el éxito de cierta trilogía…
Esta representación ficticia y estereotipada del Baztan no solo oculta lo que realmente sucede en el valle, sino que incide directamente en la cotidianidad invisibilizada de sus habitantes. En efecto, la turistificación masiva acelera el declive de las actividades agrarias, expulsa la población local de aquellos lugares en los que proliferan los alojamientos turísticos y contribuye a la homogeneización cultural en un entorno rural que va adquiriendo los rasgos de un nuevo espacio vacacional.
Para reflexionar sobre todo ello, se propuso un pequeño ejercicio a ocho personas del valle: les pedimos que pensaran en una imagen concreta. Una imagen en la que algo está ocurriendo en algún punto del Baztan. Una imagen presente o pasada, cotidiana o extraordinaria, pero en cualquier caso, una imagen que un turista o un visitante difícilmente podría ver jamás. Una imagen de ese Baztan que permanece oculto tras la postal.
El ejercicio, simplemente, consistía en describir la escena elegida.
Una vez recogida y archivada esta serie de “imágenes narradas”, Inés Aubert recorrió la calle Jaime Urrutia y la Plaza de los Fueros de Elizondo (dos de los puntos más turísticos), mientras reproducía las grabaciones que acabábamos de recopilar.
Un intento (abocado al fracaso) de acercar a los turistas que paseaban por el centro de Elizondo aquel sábado de carnaval una imagen inédita del valle. Un gesto que pretendía suspender por un instante la opacidad del espejismo turístico con el relato de aquel pequeño coro de voces disonantes.