MEMORIA
RITUAL
Recuerdo
comer cabezas de cordero con la curiosidad de quien disecciona un animal en la
mesa de un laboratorio. De niña, provista de cuchillo, tenedor, uñas y dientes,
separaba unas partes más identificables y otras que aún hoy parecen
innombrables: cerebelo,
duramadre, tubérculos cuadrigéminos, epífisis, tálamo, nervio óptico, seno
frontal, pituitaria roja, pituitaria amarilla, tabique nasal, epiglotis, cuerpo
calloso, lengua, foramen magnum, bulbo raquídeo, protuberancia, hipófisis,
paladar… Han
pasado años desde entonces. Y siendo a veces más débil y otras veces más firme,
he eliminado los animales de la lista de alimentos con los que nutrirme. Los
motivos responden a una idiosincrasia personal más que a tomar postura en el
debate de la cuestión de los derechos de otros seres vivos. Quizás sea una
forma de abrazar las contradicciones de la niña que todavía habita en mí y que
anhela esa relación naif de Heidi con su Copito de Nieve. En realidad sea cual
fuere el motivo de lo que a priori parece una elección personal, dejar de comer
animales, se convierte en un detonante que activa que las personas de alrededor
empiecen a cuestionar tu manera alternativa de alimentarte. Con mi
abuela en vida, mi hermana y yo comimos animales siempre y cuando no fuese
vigilia. Nunca en miércoles de ceniza o en viernes santo por ejemplo, ya que
entonces había que honrar la penitencia de Jesús que pasó 40 días de ayuno en
el desierto. Educada en esta cosmovisión que fue asumida desde la inocencia y
la incapacidad de cuestionarme las cosas, comía cabezas de cordero en Yesa, a
los pies de la Sierra de Leire. Era en el Monasterio de Leire cuando cada 15 de
agosto, mi abuela reunía a decenas de familiares en torno a la mesa en la
Fuente de las Vírgenes. Cerca de allí, en la Porta Speciosa, numerosas
criaturas talladas en piedra representaban máscaras y figuras humanas,
monstruos y animales, milagros, martirios y también representaciones de algunos
vicios y virtudes en lo que hoy me resulta una críptica y misteriosa armonía
que conecta con la confusión que habita en mí. Me pregunto, si crecer consiste
en buscar una voz propia entre todas esas voces. Cuando
mi abuela murió en 2009, murió con ella mi referente en la vida. La relación
con mi abuela se construyó principalmente a través de la acción cotidiana de
sentarnos a la mesa. Pienso que con ella en vida hubiera sido imposible
renunciar al cordero ya que hubiera sido como renunciar a su mundo, a sus
saberes de una vida pasada en el campo. Según el historiador Michel Pastoureau,
el cordero es el animal que más a transformado el hombre desde su
domesticación. Para mí la historia del animal doméstico más antiguo del mundo y
de nuestro asentamiento en las ciudades conlleva un trauma. Este trauma,
entendido como la fuerte nostalgia de una vida natural en el campo, nos ha
llevado hasta la fabricación un clon. El hito de la oveja Dolly supone un paso
más allá de “doce mil años de historia de vínculos entre el hombre y el
cordero; una historia no sólo económica y biológica, sino también y sobre todo
social y simbólica”. ¿Es hoy el cordero de Dios, “que quita el pecado del
mundo”, material para la clonación y la producción transgénica de animales al
servicio de la investigación científica? Tras la muerte de mi abuela hace diez
años, cayó el velo que sostenía una espiritualidad basada en una conducta
guiada por el miedo de ir al infierno. En el camino a la madurez ya no supe si
como en el cuento de los Hermanos Grimm sigo estando del lado de las siete
cabritillas o si me he convertido en un lobo que cubre sus patas con harina
para engañar a las inocentes crías y comérselas. Lo cierto es que desde que mi
abuela no está, me he estado buscando en lugares remotos como China, México,
Estados Unidos, Rumania o Corea del Sur. Quizás a través de la experimentación
con la comida y la renuncia de la carne, esté buscando llenar el vacío y la
falta de fé que me provocó su ausencia. Cuando llegué a la isla de Jeju en
Corea del Sur en junio de 2018, la primera imagen que se instaló en mi
imaginario fue la de las Haenyeo. Las
abuelas buceadoras, capturaban abulones y otros moluscos de una manera
artesanal, es decir buceando a pulmón y sin bombona. La fortaleza y capacidad
de esfuerzo de estas mujeres me impidió rechazar los abulones vivos
retorciéndose en la sopa que una anciana trajo a mi mesa en el único
restaurante abierto de un pequeño pueblo de la isla. Rechazarlos hubiera sido
perder la oportunidad de honrar los saberes ancestrales de estas mujeres que
orando al Rey Dragón y con la ayuda de su chamana, plantan semillas mágicas
para garantizar la abundancia y la seguridad de su comunidad. Al verme
paralizada por el asombro, amablemente la señora dio la vuelta a los animales
para que se muriesen escaldados en mi sopa. Comer un abulón después de 3 años
sin haber comido un animal, fue una experiencia intensa a nivel físico, ya que
volví a utilizar los molares para masticar con fuerza y porque me llenó de
energía al momento. Esta experiencia la recuerdo como mística. Como un trance,
un estado alterado de conciencia, un momento intenso basado en parámetros
abstractos de energía, color, sabor, olor, emociones y la conexión con el
recuerdo vivo de… ¿mi abuela?
LEIRE URBELTZ
Es licenciada en Bellas Artes y máster en Investigación y Creación en Arte por la Universidad del País Vasco, ha estudiado Ilustración Creativa y Técnicas de la Comunicación Visual en la Escuela Eina de Barcelona y máster en Álbum Infantil Ilustrado en la escuela I con I en La Casa del Lector-Matadero (Madrid). Ha realizado residencias internacionales en la Sema Nanji de Seúl (Corea del Sur), en el Centro Cultural El Paso del Norte en Ciudad Juárez (México) y en el Manga Art Studio de Pekín (China). Artista residente en la Fundación Bilbaoarte en 2012, 1er premio Encuentros Arte Joven de Navarra en 2015, subvencionada con las Ayudas a la Creación del Gobierno de Navarra en 2016 y Beca Leonardo de la Fundación BBVA en 2017. Ha efectuado varias exposiciones individuales en Pamplona, Bilbao o Vitoria. Y ha participado en exposiciones colectivas en Seúl, Barcelona, Madrid, Bilbao, Vitoria, Pamplona, Cáceres, Bradford y Pekín. Como ilustradora ha publicado varios libros de literatura infantil y juvenil. Compagina su actividad de ilustradora y artista plástica con la de mediadora en el Centro de Arte Contemporáneo de Huarte o en la Universidad Pública de Navarra.