El más profundo de los miedos de la modernidad es que el mundo, sin importar ya cuán capaces seamos de instrumentalizar la naturaleza, se vuelva “ajeno”, silencioso, no-receptivo, indiferente hacia nosotros…
Esta puede ser la razón por la cual solemos poner música en todas partes, también en los supermercados y los ascensores. Nos tapamos los oídos con música para alejar al mundo “real” de nuestras ciudades, porque hace mucho tiempo que perdimos la esperanza de obtener de ellas resonancia alguna.
La resonancia significa que algo se pone a vibrar o a sonar. La capacidad del ser humano para la comprensión emocional y la empatía se basa en que las representaciones socialmente vinculantes no solo son intercambiadas, sino que también se activan y se hacen perceptibles en el cerebro del receptor. Debe operar entonces un sistema que produzca el intercambio de representaciones y sentimientos internos, y que también pueda hacer resonar o sonar las representaciones intercambiadas en el receptor.
El feedback como captura del momento inmortal de ida y vuelta, loop del instante resonante. Una especie de intento de estabilización dinámica. Un intento de atrapar nuestra resonancia en los objetos, en el mundo, para poder concentrarnos en ella. Un hilo para trabajar el no-tiempo, la muerte y lo inmortal. Una tentativa para detener un instante eterno.Nuestra investigación consiste en utilizar transductores de contacto, tanto altavoces como micrófonos, para generar un efecto de retroalimentación sobre cuerpos sólidos. Estos objetos construidos o encontrados, contienen sus propias frecuencias de resonancia, por lo que, trataremos de ajustar, en la medida de lo posible, el rango de la retroalimentación al de la frecuencia específica de cada objeto. Se trata de generar una serie de circuitos cerrados sobre diferentes formas y materiales que pueden funcionar de forma autónoma pero que, también, podrán interconectarse entre sí, como si de un sistema modular se tratase.