Siempre que dibujo en el espacio llega un momento en el que, por alguna razón imprevista, considero que el proceso debe detenerse. Cuando esto sucede me alejo para observar el registro de lo que ha ocurrido, de aquello que he aprendido, y de cómo la experiencia me ha afectado como dibujante. Recorro la superficie con la mirada y con el cuerpo, a veces unos minutos y otras veces unas horas, y tomo fotografías. Este lapso me resulta especialmente emotivo porque no mucho después haré que la pieza desaparezca o se modifique.
En este proyecto he conservado solo unos pocos trazos sobre la pared. Estas últimas líneas residuales pasarán a ser el punto de partida de un nuevo dibujo durante los próximos días. Se convertirán en una secuela del primero, conservando parte de su memoria, pero también construyendo una estética de la transformación en el tiempo y en el espacio.